03 septiembre, 2003

Dotes y deudas





La necesidad extrema puede inducir a los más necesitados a vender una parte o la totalidad de sus únicas posesiones: sus cuerpos sanos o los de sus hijos. Decenas de miles de mujeres y niñas de los países en desarrollo son artículos de consumo en el comercio internacional del sexo. A otras jóvenes, debido a las prácticas tradicionales de sus comunidades, se les niega el derecho a elegir opciones como el matrimonio y la maternidad.

Aunque Naciones Unidas ha denunciado los matrimonios forzados como una forma de esclavitud, y pese a que casi todos los países han establecido unas edades mínimas legales para el matrimonio, las costumbres locales siguen desafiando la ley. En Bembe, una aldea de Benín, mujeres y niñas se reúnen ante su jefe izquierda). «Pocas chicas llegarán solteras a los 18 años», dice Hector Gnonlonfin, fundador de Tomorrow Children, un refugio para niños explotados.

La dote pagada a los padres por un novio mayor puede marcar la diferencia entre el hambre y la supervivencia para la familia de la desposada. Sin embargo, un matrimonio prematuro puede tener consecuencias debilitantes, cuando no fatales, en la salud de la muchacha. Según la OMS, las chicas menores de 15 años corren un riesgo cinco veces más alto de morir a causa de las complicaciones de un embarazo que una mujer en la veintena.

En ocasiones, el sacrificio físico se produce en un solo acto. Estas mujeres de Villivakkam. localidad del sur de la India, cedieron un riñón a cambio de dinero efectivo (derecha). Casadas, veinteañeras y ansiosas de saldar las deudas familiares, fueron dianas fáciles para los agentes de trasplantes, que prometieron pagarles 50.000 rupias (unos 1.000 euros) por órgano. Las mujeres cobraron la mitad del dinero por adelantado, pero una vez les extirparon el riñón, jamás recibieron el resto. Aunque en la India se ha prohibido el tráfico de órganos humanos, la medida legal no ha puesto fin al negocio.

El sufrimiento no ha cesado para estas mujeres: tres de ellas fueron abandonadas por sus maridos, que ahora las consideran mercancía en mal estado. Dicen que lo único que les queda son las cicatrices.